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relatoscortos

ES UNA FORMA DE COMPARTIR, RELATOS Y OPINIONES

Nombre: carlos adolfo facal
Ubicación: tandil, buenos aires

jueves, noviembre 25, 2010

PUERTAS VERDES, AZULEJOS BLANCOS


Cuatro bolsillos, una treinta y dos plateada, tres gramos de coca en polvo en el monedero corto del jeans, ciento cincuenta gramos de merca cristalizada en cada alpargata, al fondo del pasillo, un gendarme moliendo a golpes al polaco. Un chango en una silla sin sentadera esperando cagar después de trescientos mililitros de laxante, entre tres milicos de custodia.

¡Como esquivaban charcos de meo esas alpargatas de yute!, ¡Vida propia tenían!, con la humedad, el film que compactaba, la doble suela hacía del piso una gelatina.

Cagó hasta las uñas que se comió por el pánico.

El diablo le guiñó el ojo dos semanas antes. Se tentó con la rápida, la cosa era buena, robada pero daba para sacarla rápido de la provincia, en capital me manejaba. _ en el norte son brutos_ dijo un boludo.

De la habitación del fondo sale el polaco con las manos vendadas para que no se desangre, estaba desnudo, hacia frío, vomitaba y cagaba una especie de diarrea blanca, traía cargada las tripas, tendría algún forro reventado.

Olor que duele, que transpira, de muerto, de desesperado, de trozos de gente, de olor a pesadilla.

Venía bardeando, duro desde Bogotá, borracho y duro, entre canas, putas, y faloperitos, todos botones. Estaba apretado y obligado al ruedo.

Desparramé toda la carga del treinta y dos, más las municiones de la nueve de un gendarme distraído, y tumbé al polaco, no podía dejarlo así, era un trapo con lengua filosa.

Puertas verdes, azulejos blancos, lleno de Bolitas, cagando tizas envueltas en forros” Tulipán”. Y que pensar del infierno.

¿De qué hablo? ¿De dónde saque esos datos? ¿Quién es el Polaco? ¿Tráfico? ¿Porque estos recuerdos? Puedo sentir el pánico, el olor, la angustia. Puertas verdes, azulejos blancos, viento silbando, los gritos, el dolor del polaco ¡Dios! ¡Ayúdame! Soy el monstruo que presiona las teclas, el canal, un canalla de uñas largas, un procesador de otros.

El atajo de un sueño aturdido.

martes, noviembre 23, 2010

La Pared


El hombre del bandoneón se derrite; atrapado en el marco, chorrea tango; al final la familia Ingals es triste, parece ser amable pero se tuerce. El más interesante es el borracho, se divierte sin culpa, se le escapa la carcajada por entre la barba azabache, los viernes repiten a los Simpson a la noche tarde. Los dibujos tienen siempre el mismo sentido, cansan, todo cansa, el cuadro de vidrio roto se trasforma, cambia. Eso tiene sentido. Los clavos del machihembre, contando al descabezado son treinta y dos, por lado, y eso no cambia.

Como a toda nena, para mí el fútbol es aburrido y siempre repetido, como todo. Prefiero la pared, la mancha es una mujer con paraguas que camina sola por la vereda llena de agua, esquivando charcos, con pelo lacio. Qué lindo el pelo lacio, la señora que sueño tenía pelo lacio, le llegaba al piso y pechos grandes como en la tele.

Beto me trajo cera, ahora los pisos parecen moverse como agua de río, como el canal de España cuando se le hacen cuadritos y se queda dura la gente.

Dormí mucho, el olor de la cera me sacó el hambre, Beto vino y yo dormía, qué lástima. Cuando repitan el programa de costura, me voy a hacer una pollera pantalón con la funda de la almohada, dicen que se usa mucho. La cera me descompone, es muy fuerte, le dije a Beto que basta de cera, yo siempre obedezco, no sé, a veces lo hago enojar, él es bueno, pero tiene muchos problemas.

Después me ducho y le voy a pedir que me deje más rato... ah y que cocine suave, me arde la panza y la cabeza me retumba, le voy a pedir esta vez en serio, aunque se enoje y se ponga triste, que me lleve a la plaza, yo no me voy a ir, lo quiero mucho, le voy a prometer, y no me voy a ir...

IGUAL QUE MAMA



Me paso el cepillo, siento una caricia de dedos mimosos como los de mamá antes de ir a dormir, es muy finito el pelo por eso me cuesta tanto cuando me hago trenzas, acá atrás me tironea y siento cómo se cortan algunos pelos, mamá debe estar dormida, mejor, así me quedo en la cama entre la sombra suave que hace la luz de la luna cuando atraviesa la cortina. Me pica, hoy me picó desde la tarde pero no volví a sangrar, me asusta, mamá me dijo que ya vamos a hablar de eso, me paso la mano y se me va, es raro, ella dice que es normal, en un tiempo ni me voy a dar cuenta, no le voy a prestar atención, me dijo que también le pasó a ella y a su madre y seguro a su abuela. Yo no entiendo, pero algo me quemó.

Me pone de mal humor, no quiero que me vuelva a pasar, es feo sangrar, más ahí, me da vergüenza, no me importa lo que diga mamá, yo no me voy a olvidar de esto, y me pica y me duele, y adelante también. Si tuviera papá, él me entendería, pero acá solamente las hijas de la dueña tienen papá.

lunes, febrero 06, 2006

FAUNA

Pétalos de plata y de vidrios gruesos,
tango de medias largas y vos baja
el sur pela con el viento, raspa en buenos aires la noche fría
se entibia con el taco aguja picoteando baldosas y miradas.

Tapados largos que guardan carne a flor de piel
el perfume peina de deseo y contamina,
taxis, putas, pibes y mendigos, maravilloso paisaje urbano,
y uno que nació con el virus de neón,
el roce y el mareo, el adoquín lustrado y el vapor de bar repleto.

La noche cierra las piernas, el sol policía descubre a todos desamparados
a la deriva y sin mas que la resignación, con sueño obligado
y una pila de cordones por cruzar.


Se pierden los desatendidos,
descorazonados y pequeños fracasados de la fauna en cemento
pero con la convicción de que el éxito
se encuentra en una de las próximas
noches de ronda.

SANGRE

Sangre que dice y oculta,
Sangre que es y será, si dios quiere,
Sangre de mi sangre y la tuya,
Sangre de vida y muerte,
Sangre de latino y musulmán,
Sangre negra y azul,
Sangre en la tierra como en el cielo,
Sangre que escucha,
Sangre de abajo, del sur, del fondo,
Sangre, de eso se trata,
Y no queda tanta.

EL JARDÍN DE LOS MUERTOS

Como todo patio de viejos, canteros, canteros, palitos para sostener cada planta en una inmensa variedad, con flor, sin flor, en maceta, en el suelo, casi setenta metros por treinta,
Elvirita en la cama desde hace un año y Martín caminando apenas ya con su bastón de caña y empuñadura de cuero curtido de años, la realidad es que los viejos estaban en las ultimas de su oculta vida.
Pocas veces pasábamos por el caserón de los tíos con Ivana, mi mujer. Vivíamos en capital, se hacía muy difícil visitarlos, la verdad es que cuando llegábamos a la ciudad nos entreteníamos con otros parientes, si no fuera por Ivana que me insistía tanto, ella gozaba con los tíos y su jardín, sobre todo cuando Elvirita le regalaba una flores amarillas que nunca supe de donde las cortaba, ellos siempre fueron muy cerrados, reservados, melancólicos, aunque no tristes, esa casa fue su castillo y su fortín desde que tengo memoria, el tío Martín tenia un pequeño taller donde reparaba electrodomésticos y realizaba bobinados de aparatos chicos, mientras Elvirita se dedicaba a la casa y la repostería para afuera, entre los dos ganaban para mantenerse y comprar el caserón que les costo casi una vida.
La casa tenía un living grande, la habitación de ellos con baño inmenso con paredes con mármoles oscuros y siempre con el perfume a lavanda que Elvirita colgaba en racimos atados con hilos de ramas, en el piso de arriba la habitación de Laura, mi prima, pobre, cerca de cumplir los quince murió de muerte súbita, nunca supe de qué se trata esa muerte, creo que toda muerte que no se explica se denomina de alguna forma. Nadie supera eso, los tíos, me contaba mamá, que cambiaron mucho y no quisieron tener más hijos, era comprensible.
Elvirita estaba más que enferma, cansada, la viejita había cumplido ochenta y cinco y Martín llegaba a los noventa, ambos le dedicaban todo el tiempo posible al jardín, era como una obsesión. La arboleda que también era muy variada tan grande que uno por ratos tenía la sensación de perderse entre las ligustrinas y los sauces,
había una fuente de agua y un aljibe mas al fondo que servían como punto de orientación para los extraviados, naranjos, mandarina, y cerezos a montones, además nogales, dos pinos grandes y uno mediano, los sectores floreados eran de cuento, rosas, jazmines y una variedad que mas adelante supe reconocer por su nombre.
El interior de la casa no tenia una decoración cargada ni se destacaba de otras salvo por una gran biblioteca que Martín supo alimentar de los mejores clásicos de la literatura y algunos ejemplares contemporáneos. Martín era elegante combinaba de forma refinada su ropa humilde, parecía sacado de una película inglesa, hablaba como en susurros un poco por la vejes y otro poco por la claridad al decir, sin necesidad de levantar la vos.
Elvirita estaba en cama desde el invierno pasado, nunca hablo de su enfermedad él decía que necesitaba descanso, que en un tiempo estaría en el jardín con él, sacando yuyos, poniendo cercos, regando y hablando con les flores.
En la capital vivíamos con Ivana y próximamente nacería nuestra hija Jorgelina, Ivana llevaba casi siete meses de embarazo,
por suerte la fabrica se encontraba en plena producción por un contrato que hicimos con los Alemanes, con eso tendríamos trabajo asegurado por diez años.
El veintitrés de diciembre recibo un llamado de Martín que me pedía por favor que viajara a la ciudad, debía hablar con migo lo antes posible, se lo escuchaba muy preocupado, seguramente Elvirita estaría empeorando,
Ivana estaba ya con dolores de parto pero me dijo que viaje el fin de semana, que no me preocupe ella.
El viernes a la madrugada prepare el coche y comencé el viaje de cuatro horas, viajando solo uno se pone reflexivo y los recuerdos lo invaden, recordé como jugábamos con Laura, ella siempre en el jardín con las plantas parecía que se comunicaba con ellas, esa niña tenia la bondad de las personas especiales, con el tiempo reconocí que estas personas parten temprano de la tierra, de manera que quedamos los complicados, los confundidos, los
que vivimos buscando los por que, mientras que laurita existía feliz en un mundo de belleza.
Recordé también las tortas que preparaba la tía mientras que el tío Martín nos hacia sus chistes o nos corría tapado con una frazada y una mascara deforme, las tardes siempre perfumadas con la mezcla de hiervas y flores, en primaveras eternas.

Recordé lo duro de la muerte de mi primita, era una criatura maravillosa, pensé que los tíos se mudarían de la casa, tan llena de recuerdos, pero de alguna forma convivieron con el dolor casi sin perder el humor, la tía luego de una etapa en que la familia pensaba que ella había enloquecido apareció recuperada. Convengamos que sus costumbres eran extrañas encerrados en ese espeso castillo sin hablar con nadie o lo que es peor, se decía que hablaban con las plantas, que les ponían nombres como si tuvieran emociones. El tío estaba intolerante con la gente, porque decía que la gente estaba intolerante, por eso no frecuentaba lugares públicos.



Luego de un rato puse la radio y el tiempo paso atropellado por los neumáticos, en un rato me encontraba en la puerta de la casa de los tíos.
Salió Martín amable como siempre pero con prisa, enseguida me arrebato del coche y sin dejarme saludar a Elvirita, me llevó directo al jardín, nos sentamos en las sillas de hierro, puso el mate que tenia preparado sobre la mesa de piedra y comenzó una confección que me enfriaba cada parte del cuerpo con su contenido.
Escuchá sobrino lo que te cuento quizás te cueste creer pero te juro que así fue, Laurita nos habló y nos habla actualmente, ojo no solo ella esta aquí, hay otros parientes y un viejo amigo y...
_Para tío, ¡Qué te pasa! ¿Que me decís?, Tranquilo a los muertos déjalos en paz, vos necesitas un medico.
-No sobrino escúchame aquí están ellos me hablan y yo los comprendo y los cuido, tranquilo vos sobrino no te asustes, sabes quienes están aquí también Mónica y Luis, tus padres.
- Se termino tío, esto se va de lógica y no me interesa mas, decíme para que me llamaste y terminemos con esto, tengo a mi mujer en la capital por dar a luz y vos con estas locuras.
- Sobrino escúchame por favor tenes que prometerme una cosa.
- Tío no me jodas más con disparates
- Para sobrino lo que te pido es que cuides el jardín allí están, y allí estaremos con tu tía, pero debes regar y cuidar el lugar cada planta es especial, cada planta es uno de ellos, si se secan mueren y se van, debes ayudarme cuando yo no pueda con el jardín y de eso no falta demasiado estaremos en tus manos.
- No tío no cuentes con migo, es un delirio de viejo senil, no me hagas perder el tiempo.
Subí al coche y sin dudarlo tome la salida más rápida a la ruta y partí a la capital preocupado por Ivana y enojado por las boludeses del tío.
Al llegar Ivana terminaba de dar a luz una niña maravillosa, ella por seguridad debía quedarse en la clínica tres días más hasta recuperarse del parto, me sentí un hombre tan feliz pude tener en mis manos esa magia movediza creación del amor, deje la clínica para acomodar el departamento para la vuelta de Ivana y la pequeña, cuando al atardecer una llamada de larga distancia me corta la alegría en dos, Elvirita y Martín mueren la misma noche que nacía Jorgelina, juntos y casi a la misma hora.
Viajé como rayo arreglé los papeles, en herencia con una carta del tío que ya sabia que podía decir, estaba la escritura de la casa a mi nombre.
Nacer morir todo es rápido la felicidad el dolor y el temporal de lluvia y viento que azoto la capital lo hizo durar semanas, a Ivana le quedaban solo tres días mas en la clínica porque continuaba débil.
Yo me la pase pensando en los viejitos, muertos la misma noche uno como esperando al otro para no partir solo, pense en el jardín, pero Jorgelina mi bebe cubría toda la felicidad, no podía parar de pensar en cuando crezca, en su estudio, si me acompañaría en la fabrica, tantos proyectos que uno piensa flotando en la nube del amor.
Ivana no mejoraba y yo comencé a asustarme la saque de la clínica la lleve a otros médicos, la veía débil y no lo podía creer, le pasaba algo, pero la vida como siempre pierde cuando se enfrenta a la muerte y al mes deja de latir su corazón como un reloj nuevo que falla, su muerte no tubo nombre, ni porque.
Pedí explicaciones a todo el mundo y a dios lo amenace con matarme y matar a mi hija recién nacida, todo es inútil cuando no hay más que resignarse, en poco tiempo perdí el contrato con los Alemanes por mi mal manejo y al tiempo la fábrica. Vendí todo lo que tenia y casi loco una tarde de invierno, partí con Jorgelina y un dolor agusanado en al alma, a la casa de los tíos el único lugar que tenia para vivir.
La casa estaba atestada de humedad y apilada de recuerdos agridulces, las paredes gastadas de tanto habitarlas los rincones llenos de anécdotas, de silencios, de vos baja o festejos con bailes de niños. Decoraciones tan pasadas de moda que sugerían alta modernidad me propuse reacondicionarla yo mismo hasta que consiguiera un trabajo, así que después de pintar las habitaciones, comencé con la biblioteca y yo que nunca fui de leer, encontré en la literatura un placer totalmente nuevo y una forma de disfrutar diferente, cuando termine con la casa seguí con el jardín, todo un desafío, estaba enredado y difícil, pero con mucha paciencia fui enderezando palos, removiendo tierra y resucitando viejas plantas casi secas, los recuerdos del tío, sus palabras, lo veía de a ratos recorriendo platines, regando delicadamente por las sombras, marcando canteros y susurrando a las hojas de sus preferidas y otras, más de una vez creí escuchar una vos.
Luego me di cuenta, que salvo cuando estaba con Jorgelina, el resto del día me la pasaba en el jardín, una tarde, luego de hacer una compras me distraje y ella se pierde entre los recovecos del jardín, me asustaba un poco que anduviera sola, así que me acerque y revolviendo enredaderas la descubrí, estaba en un rincón al lado de una planta de flores inmensas amarillas, lo extraño es que ella estaba ablando a la planta, me petrifique, no podía creer lo que veía y no me anime a interrumpir.
Jorgelina concurría a una escuela muy cerca de la casa, yo tenia una pequeña renta que nos había dejado los padres de Ivana, mas unas nota que escribía para el diario de la ciudad, con eso nos arreglábamos bien, y sin darme cuenta cada día con mi hija era una abertura llena de amor, la felicidad se mostraba pura y genuina, ambos disfrutábamos leer en las silla de hierro cerca de la fuente o en el alero del aljibe o bajo el parral, el jardín estaba mejor que nunca Jorgelina siempre se reía cuando me encontraba hablándole a una planta mientras la podaba y yo me hacia el distraído cuando ella llamaba al sauce con el nombre del tío, fue nuestra secreto.
Los años dulces se pasan, yo no volví a amar a otra mujer, Jorgelina esta cerca de cumplir el sueño de casare con un joven muy agradable y sano, Ami el tiempo me envejeció de manera tan cariñosa que no me puedo quejar, sé que es hora no son muchas las tardes que me puede regalar la vida, pero tengo mi lugar pegado a las flores amarillas y ya Jorgelina no me necesita tanto, solo le pido una cosa, que de a ratos nos hable, nos quite yuyos y no se olvide de regar.

EL ENANO DE MARMOL

No era tan importante que el enano de mármol del tío Miguel hablara, lo terrible era lo que decía. Sin descaro comentó como por arriba que no solo existía desde los comienzos de la vida sino que estuvo anteriormente en la tierra viviendo con otros seres muy diferentes a nosotros, que los dinosaurios no estuvieron en la historia como creemos sino que fueron alimento de seres sin huesos y que por eso mismo no hay detalles de su existencia, salvo misterios en el cielo como la esfinge en Marte y las bases en la luna para la conquista de la tierra, por eso los humanos mintieron sobre el alunizaje con esa película de bajo costo, los humanos lo ocultan y no les conviene a sus intereses.
El mármol del que estaba hecho se doblaba como goma, era un soberbio enano de jardín que deslumbraba a la familia con argumentos dignos de un loco, no de alguien de mármol negro imitación.
El tío Miguel es con quien vivo además de Luisa su segunda mujer y Alberto que es pariente de la primer mujer del tío, o sea alguien cercano a mi madre muerta en un accidente junto a mi padre, el maquinista del tren, más de cincuenta tripulantes y una mascota, perro. Una tarde de setiembre me pidió que limpiara el patio, yo de mala gana como se hacen las cosas aburridas a los catorce años. Entre botellas de los borrachines de Alberto y Luis, al costado de los cardales y cerca del pozo, apareció una pata negra del maldito susodicho. Debí haberlo tirado enseguida, me hubiera ahorrado disgustos y hasta la cárcel, pero no, lo saque, lo limpie y lo lleve adentro para que lo vieran.
Al rato el enano dirigía toda la conversación, daba consejos y se atrevía a organizar la vida de todos. Los dos viejos estaban encantados, Luisa desconfiaba de él pero, pobre mujer, demasiado tenía con los dos viejos.
No había mucho espacio en la casa así que fue a parar a mi pieza, húmeda y olorosa. Nunca le di cabida, ni charla, siempre desconfié de él, pero para cuando me di cuenta ya era tarde.
De noche se ponía a tomar vino con tío Miguel y Alberto mientras Luisa dormía. Los tres entraban en charlas oscuras donde dejaban notar sus sentimientos más débiles, sus deseos más vergonzosos y luego Miguel perdido por la borrachera se despedía y se acostaba en la habitación con Luisa. Quedaba el enano con Alberto que no parecía mal tipo pero al quedar solo con él parecía transformarse.
El enano le hablaba de Luisa, le contaba que ella lo miraba cuando él esta distraído y que siempre hacia comentarios halagándolo. Con Miguel tenían otros códigos, hablaban de la quiniela y de mujeres jóvenes, muy jóvenes. Aunque los viejos siempre fueron muy ordinarios y desgraciados empeoraron desde que desenterré al enano, se les notaba una mirada diferente, despiadada, fría.
Las noches se alargaban, las charlas terminaban de madrugada, ya no trabajaban. Vivían con lo que sacaban en la quiniela con los números que les dictaba el enano. Luisa se notaba silenciosa, triste, desolada, temerosa.
La tormenta se gestó lentamente, sin llamar la atención, con la calma que luego hace incomprensible lo ocurrido.
Las primeras semanas creí que él se entretenía con los viejos y luego a la cama y a dormir, pero descubrí que por las noches mientras yo dormía el enano repetía un diabólico discurso como un rezo en un idioma diferente. Me aterraba la voz fría que salía retumbando por su boca de mármol.
Comencé a darme cuenta que me costaba pensar con claridad, no retenía los recuerdos, ni los hechos cotidianos, me olvidaba de mis quehaceres y sentía rencor o furia de otros tiempos. Durante esos días me la pasaba irritado, de mal humor, no dormía bien, por las noches me quedaba escuchando las conversaciones cada vez más desgraciadas y sucias. Comencé a temer por Luisa y también por mí.
Ese jueves negro, como lo llamo la policía, por la tarde el enano estaba inspirado, llevaba varios días medio borracho, ya en el almuerzo estaba verborragico y para la tarde perdidamente ebrio y charlatán, hablaba de espíritus, de gente muerta, de prostitutas y castillos donde en otros tiempos él vivió. Los viejos estaban en su salsa, habían cobrado la quiniela y se disponían a hacer un asado para el crepúsculo, estaban endemoniados por el alcohol, hechizados y sus miradas de vicio provocaban temor. En un momento percibí que hablaban bajo como pergeñando algo, enseguida me di cuenta de que su apetito era el sexo de Luisa, los tres en complot se acercarían y abusarían de ella uno por uno. Yo estaba aterrorizado, era joven pero sabía lo que esos tipos podían hacer, corrí a la cocina , tome la cuchilla choricera que quemaba de filo y desaté una combinación de miedo, ira y odio, que dio por resultado cortes, puñaladas, forcejeo y un despliegue de sangre como tintas en un cuadro de pintor moderno .
No encontré las palabras para defenderme y Luisa por miedo al enano, mintió. La policía que nunca entiende me devolvió al correccional como si fuese un delincuente.
Aquí todos me tienen respeto, sobre todo cuando me ven conversado con el enano en el pabellón.

viernes, octubre 21, 2005

ESTE TIPO

Rápido de palabras que no llegaban lejos, se distinguían mentiras y cuentos casi infantiles, de un trago terminó el whisky y se fue arropado como esquimal.
Comencé a seguirlo, no sé por qué, supongo que inventé un pálpito de una historia que narrar, la calle no sólo oscura también sólida de ruidos, fue fácil seguirlo.
Luego de un par de cuadras, me di cuenta de que él me guiaba, sabía de mi presencia y no le molestaba. Las calles de adoquines brillaban clavadas por rayos de neón.
En invierno la noche húmeda tiene un contenido de misterio, quizás eso me empujó a sumergirme en el callejón donde el extraño, confundido en una llovizna tan fina, se acercó a un vagabundo que dormía entre cartones, el extraño tenía un sobretodo largo y un gorro que exageraba su ridiculez. Me acerqué cauteloso, él no se movió hasta sentir mi cercanía, sacó una cuchilla con forma de U que se usaba para podar ramas de palmeras, el pobre miserable entredormido no pudo gritar mientras le cortaba la garganta. Yo me inmovilicé, apenas respiraba, la imagen aterradora me revolvió el estomagó, miré a los costados y era la única persona que estaba ahí, limpió la sangre con un trapo del suelo y repasó sus botas. En cuclillas, me miró con ojos que jamas olvidaré, en el suelo había un espejo roto con mi mirada fija en él.
No sé si ya lo había visto antes o si lo volveré a ver.

SUJETO

Le sudan las manos,
se le hinchan los ojos,
duerme a los saltos,
enfrascado o en tiritas,
Se pierde en las charlas,
se aleja despacio,
quiere volver y le cuesta,
no llora por distraído,
se rasca el pecho,
se lastima los oídos,
se confunde,
se escapa en etílico y vuelve solo.
Se le encorva la espalda,
se encierra en casa,
se frustra. Ama y mata,
construye bien alto, se tira y los tira.
Se duerme en coma,
resucita, revierte,
aparece vestido de ídolo,
de genio, de gran jugador.
Y se vuelve a alejar y se descubre desnudo a oscuras,
entre teléfonos sonando
en una habitación vacía.

MIEDO

De la noche, del cuco,
del hombre de la bolsa,
de los espíritus,
de los fantasmas,
de los ladrones,
de la oscuridad de la noche.

De las alturas,
de volar,
de lugares cerrados,
de las arañas,
de los perros,
de la policía,
del amor,
del fracaso,
de las bombas,
del terrorismo,
de los tornados,
de las enfermedades.

De la locura,
de las drogas,
de la soledad,
de la muerte, del infierno,
Y,
más que nada,
de mí.

EL TANO

El Tano me tenía podrido de mentiras, mal aliento, olor a patas. Llevábamos veinticinco días en el piano bar de Miguel, un desfile de peluquines, viejas sacadas de una foto de la Rai del año75.
Cada noche o capito que ti amo, las canzonetas me tenían podrido y entre los whiskys que tomaba el tano, el hotel y la comida estabamos endeudados, con lo que quedaba de temporada turística no zafábamos, nos teníamos que quedar el invierno, que es la muerte, los nervios me apremiaban tenia que encontrarle una solución milagrosa que no nos llevara a tener que a trabajar, el tano no cantaba mal, pero la rutina romántica italiana perdía fuerza con la repetición y el publico no se renovaba, tengamos en cuenta que los gringos no se destacan por gastar.
Disidí salir a caminar por la costa para buscar caracoles y reflexionar, caminé sin tiempo hasta que me atrapó el crepúsculo, estaba cerca de las playas del casino, por un momento pense que esa podía ser una solución.
Y lo fue, me acerqué, estaba apunto de entrar y gastar la ultima reserva de dinero, el tano dormía como siempre en el hotel o se levantaba después de una conquista nocturna, de alguna de las niñas del geriátrico cercano al piano bar.
Fue una visión, el pie de dios me hizo tropezar resbalar y caer por las escaleras del casino hasta un cartel publicitario que decía,” buscamos a Elvis, si cantás y tenes un parecido, te esperamos y el premio es de mil pesos y un viaje a las vegas”. Mi mente que gozaba de poca lucidez se encendió, salí corriendo al hotel y le dije al tano, cambia ese casco por uno con jopo como el de Elvis.
Fue complejo y divertido transformar a un italiano de sesenta largos de edad a un Elvis, lo mas joven posible, el tano estaba un poco deprimido me dijo loco soy un artista. Me quede mirándolo no lo podía creer le cambió su peluca castaño claro por un quincho negro azabache impecable, a la hora de mover la pelvis se complico mucho, tuve que salir a reírme al pasillo varias veces, fue muy duro para él, pero habíamos logrado un Elvis con acento italiano, único.
Nos tomamos un taxi antes de arrepentirnos y como de rayo estabamos en el casino participando, el tano temblaba, en un momento me dio lastima, pero la plata tira che.
Cuando le toco al él y empezó a cantar con esa vos carraspera y áspera, fue como si hubiera nacido para eso, pero en el viejo continente, el premio termino por unanimidad en nuestras manos, no solo zafamos de las deudas sino que desde hace unos años vivimos en las Vegas, el tano perfeccionó tanto a Elvis que ahora ganamos fortunas en los casinos.

EL OTRO LADO

Un hombre de piedra en siesta,
los ojos rozando lágrimas morenas,
esperando un espacio de sol
agrando la voluntad, desperdicio el amor y me seco.

Al amparo de una gillette ejecuto el corte final,
con sed de alcohol se barnizan los corazones que esperan
cuando a las diez falten los milagros todo va a estar bien.

me duermo descalzo entre susurros y arrumacos,
vomito caricias audaces en sabanas cortas.

Soy un pequeño en un mundo descolgado,
Mirando culos de pizza y fondos de vasos.


Hay días largos,
minutos cortos y en el nicho,
poco espacio

EL MOZO

MABEL



Entró muy despacio, me di cuenta de que rengueaba, el suéter combinaba con las medias, está tan viejo, tan demacrado, suspiré un largo rato, él no me vio.
El perfume llegaba hasta la mesa, le brillaba el rostro afeitado hasta la piel, eso me encantaba, Norberto se tardaba tanto en el baño y Luis, diez años después, pasando delante de mí.
La cara arrugada y los párpados caídos no nublaban sus ojos celestes tan claros; pasitos cortos, ayudado por una señora mayor, por detrás. No me reconoció, Vieja Lavanda Fulton, ese es el perfume, sigue usándolo.
Algo me aprieta el pecho, choco con un pasado arrugado en el presente. Será que yo me siento tan joven, tengo mis arreglitos pero siempre tuve buena piel.
Qué lástima que no me vio.









LUIS


Se cree que no la veo, desde que dejó la ciudad debe haber pasado más de quince años, llevo diez desde el accidente. Quede tullido pero no boludo, se le notan las tetas hechas, siempre estuvo fuerte la tana lástima que está sentada, tenía un culo que era un canto a la vida.
¡Puta estas sillas! No ven que no paso.
Se tiñó de rubio, seguro está con un pendejo. No sé por qué no deja de mirar, se llega a dar cuenta Elvira y le tengo que explicar toda la historia. Mi viejita, menos mal que la tengo.
Podrían haber puesto el baño más cerca, carajo, y esta pierna. Ah ahí viene el quía, no debe tener ni treinta años, que se cuide, yo siempre fui muy fuerte y así me dejó.
¿Y si me acerco un poco? Podría escucharle la vos al menos, no, mejor me hago el distraído, capaz que todavía me cautiva, encima.
Ojalá le vaya bien.










EL MOZO






¿ Vos no te acordás? Venían siempre, ¡el turco Luis tenía una pinta! Todas las minas lo querían voltear, andaba en una cupé Torino que era un fierro. Se encontraban acá, en el café, yo los atendí mil veces, llegaban temprano, después se ve que iban al telo y aparecían como a las cinco de la mañana.
El turco tomaba café con canela y la tana le echaba trocitos de chocolate y miel, para mí que la combinación le redondeaba el traste ¿ te acordás lo que era? No se podía creer.
Cómo la pagó el turco con el golpe de presión, mirá que era vago, no dejaba títere con cabeza y ahora no puede ni llegar al baño solo.
Cómo pasan los años, aunque te digo que la tana esta para darle, pero se nota que está toda recauchutada.
Bueno ¿Hacemos la caja?, ya terminó mi turno.

miércoles, agosto 03, 2005

ALBUM FAMILIAR

Vivíamos en un chalet, así le gustaba decir a mamá, eso le daba prestancia, distinción, estaba al pie del Parque Calvario, donde todos los años dramatizaban la pasión y redención de Cristo. La casa tenia varias habitaciones y un patio lleno de plantas frutales y flores. Eramos ocho contando al tío Alberto, que vino por unos días y jamas se fue, las mellizas de trece años, Marcelo de veinticinco, Betina de treinta, mamá de cincuenta, creo porque nos mentía tanto la edad que no la sé con exactitud, Guillermo que soy yo de veinte y la chiquita Meliza aparentemente de menos de dos ella no entra en la familia de una forma normal pero su lugar quedo claro para todos. Vino por un fin de semana largo, en el chalet de la calle Dorrego sobraban las habitaciones, ella era hija de un novio de Mamá que luego de esas mini vacaciones no volvió a aparecer y dejó de seña a la pequeña. No hablaba ni hacia nada de ruido, parecía ser un ángel, dulce y silenciosa, ella solo debía imaginar algo para tenerlo, no había discusiones delante de ella, nadie dañaba su paz. La chiquita era alegría, sonrisas, abrazos, besos, siempre vida. Tenia poco cabello, rubio y muy fino, brillantes ojos, exageradamente grandes como de perro apaleado que lograban la atención de toda la familia, menos la de las mellizas quienes tenían sus códigos y nada importaba tanto como para distraerlas. Ellas habitaban un mundo privado, no conocieron a papá ya que él se fue cuando mamá quedó embarazada de ellas. Se volvieron unidas a limites extraños.
Marcelo era mi único hermano varón, de chicos siempre andábamos juntos. Luego de grande se fue alejando... nunca se me pasó por la mente que pudieran matarlo.
Betina fue como nuestra madre, siempre preocupada por nosotros, no tenia la belleza de las melli, tampoco se parecía a mamá ni a papá pero ejercía una atracción que la hacia irresistible a los hombres y ella nunca se negaba a ninguno. Tenia novio y varios amantes. Cuando mataron a Marcelo estuvo una semana sin comer y hubo que internarla para que se recupere.
Mamá sufrió el resto de su vida sin terminar el luto. Hasta ese momento tenia todo organizado, sabia como educar sus hijos, como mantenerlos, como ser madre y padre a la vez. Una vez muerto Marcelo se apago su luz y su espíritu partió con él.

Tío Alberto suplantó en algunas cosas a papá sobre todo mostrando lo que no se debía hacer. Su ejemplo negativo nos inspiraba a no terminar así. Del bar al cabaret, la forma de solventase era por medio de pensiones por invalidez que le conseguían sus amigos políticos y compañeros de vicio. Difícil que en algún momento estuviera enojado o preocupado.
- En la vida siempre se elige, nos decía -y yo elegí esta forma.
Marcelo siempre fue muy especial con las chicas, dedicaba mucho tiempo a seducir, armando estrategias, pensando artimañas de conquista, toda una filosofía al respecto. El levantar minas se transformó en un arte que combinaba inteligencia, practica y picardía.
Su frase era “el que duda, se masturba”.
Tenia una casa de planchones detrás de una arboleda entre dos sierras, acondicionada precariamente, allí se deleitaba con sus valiosos triunfos amorosos.
Esos tiempos duraron hasta que llegó Pupé y cambiaron las cosas, se terminó la competencia, todo lo que necesitaba habitaba en ella y se enamoraron de aquella forma.
La casa de la sierra pasó a ser un altar de amor puro, profundo y pasional.


Cuatro meses después, cinco delincuentes, los encontraron en su templo de amor y como castigo a esa desmedida felicidad, a él lo amarraron y se lucieron violando a Pupé de todas formas posibles, fueron tan salvajes que ella murió esa noche, él fue baleado y agonizó en el hospital durante diecisiete días, los suficientes como para contarme y describirme tanto los hechos, como a los sujetos, la mañana del decimoséptimo día, Marcelo no despertó.
Murió de cuatro tiros, cuatro tiros criminales, tiros sin gracia, cargados de envidia, resentimiento y crueldad.
-¿Por qué matan?- le pregunte al tío Alberto.
-Matan porque quieren morir, pero no saben como.
Días después de la muerte de Marcelo, por las noches desaparecía de la casa. Me iba a la sierra, al galpón, el fuerte profundo olor me descomponía, era una mezcla de semen desbordado, con sangre, materia fecal y vómitos, horrorosa cualidad de este tipo de atrocidades. Tras frecuentar el lugar me volví inmune al asco y tomé conciencia que se juntaban ahí en ocasiones.
Yo estaba confundido, la familia guardaba silencio. El juicio duró menos de un mes donde no hubieron culpables, apenas unos pocos sospechados
-Es tan difícil de comprobar - dijo el abogado - y esos últimos días en el hospital no sirven de nada, al estar agonizando sus facultades mentales son dudosas, no hay mucho por hacer.
La policía los conocía, todo lo que nos dieron fue un aburrido show que montaron para que se diga que hubo un juicio. Nos quedaba iniciar marchas de silencio, como hacían muchos otros, hasta que pasado un tiempo la gente se olvidara.

Nunca fui de esperar nada de los demás ni de quedarme mirando. Con el tiempo me volví oscuro, agrio, la angustia me robó el sueño y la ira me templó. Volví al galpón cada anochecer durante días, que se hicieron semanas, buscando algo perdido, una explicación. Me movía sigiloso por el bosque, los ruidos, el silencio me eran familiares, los animales correteaban entre las rocas y pinos. Muchas veces me quedaba entredormido debajo de algún árbol hasta la madrugada. Sabia que podrían aparécese. Una noche que andaba cerca del galpón sentí voces, me acerque y los pude oír con completa claridad. Estaban borrachos, se reían y comentaban anécdotas, cada palabra que salía de sus bocas avivaba el fuego de mi odio. Cuando se despidieron quedaron en reunirse el viernes.
Los días siguientes casi no comía y seguía sin dormir, no sabia que iba a hacer.
El viernes a media tarde ya andaba por la zona, al llegar la oscuridad me quede entre las sombras en completo silencio. Parecía entre dormido pero gozaba de total lucidez. Llegada la media noche los cinco asesinos estaban en el galpón. Me dirigí a la gruta de la virgen donde había guardado bidones de nafta. Los vacié alrededor del galpón, fui tan silencioso prolijo y delicado como un artista con su obra. Encendí un fósforo, la explosión me arrojo varios metros hacia atrás, sentí los pelos del flequillo y las pestañas algo chamuscados.
Así empezó del desfile, comenzaron a salir de a uno, completamente en llamas, al abrir la puerta el fuego se potencio y aceleró la cocción. La sangre de mis venas hervía, la venganza me dio placer, deseos de reír y de bailar. Ver esos seres indefensos yéndose al infierno entre gritos y llantos, aumentaba mi adrenalina. El olor al combustible y carne quemada duró hasta la mañana.
Yo descansaba debajo de una planta cuando la policía llegó con su parafernalia de patrulleros y ambulancias buscando heridos, donde solo habían muertos aun humeantes.
Me entregue, no había mucho que decir.

La chiquita crece que asusta viene seguido a verme, me regala una sonrisa de espirito cristalino que nunca antes había conocido, siempre adoré a esa niña. A las melli no las volvía ver, me contaron que están por casarse y que alquilaron en el mismo edificio para no separarse demasiado.
Mamá asegura que solo tiene hijas mujeres, decidió olvidarnos para siempre y así poder seguir viviendo. Un hijo muerto y otro en la cárcel son demasiado para una madre.
Tío Alberto siguió paso a paso todo el juicio en mi contra, me apoyó mucho y aún me visita los domingos. Él dice que hay tipos que nacen con soledad y aunque toda su vida estén acompañados nunca dejan de estar solos, y que nosotros somos esa clase de hombres.
Betina siempre esta a mi lado, entre cartas y visitas, permitidas o no, pero ella las consigue nunca le pregunte como. Pasan los días, mi condena se alargó gracias a dos peleas, en la ultima tuve tanta mala suerte que mate a un tipo al que le decían Caballo Loco, jefe de una banda, acá hay códigos muy claros y ahora me la juraron...
Me vienen a la mente las palabras de tío Alberto cuando decía, “Matan porque quieren morir, pero no saben como”.
Las horas no cuentan entre rejas, me pregunto si alguna vez fui feliz, supongo que si, tal vez, cuando papá vivía en casa y éramos muchos hermanos y...
Que importancia tiene, ya es tarde.

sábado, julio 09, 2005

UNIDOS

Pescador de lombrices, soñador de camas ardientes con sábanas de pezones, peón de sonámbulo,
maldito por corazones de cabaret.
Mirada de ver lo justo y comprendido, cara de esperar la vianda de fe en tiempos de zancadillas,
donde alguien lo olvido en otro traje.
Prolijo interprete del bajón, él como millones, apretado en una piel raspada de ultrajes.
En un salón de espejos corriendo con una bomba detenida,
empastillado,
engañando segundos y confundiendo el banquete,
unido a todos,
y ahorcado
por la misma bandera.

LONDON

Se pueden usar palabras para no decir, pero no se puede gritar tan fuerte como para callar las muertes de Irak.
Compinche de Satán luce de lujo con casco y de marrón, será fiesta de mendigos el banquete de cabezas cuando los días sean de no contar, lombrices negras en la sal.
La TV confunde, la radio marea y no hay dios en el desierto.
Estallan las venganzas en el mundo y siguen llorando a la luna los muertos de Irak.
Reinas de manteca, líderes tuertos y el gigante de oriente siempre dormido.
Mueren latinos en las torres, en los trenes y colectivos, muchos latinos.
Los elegantes conquistadores lloran lágrimas de hielo, el olor de la sangre coagulada y pólvora les hincha el pecho y danzan el ritual de nacionalismo.
En el costado y abajo del mundo los miramos atentos, pero nosotros vivimos en otra guerra,
la de nosotros contra nosotros.

sábado, julio 02, 2005

DE ESOS QUE HAY

En el barrio, aunque sea de vista, todos nos conocíamos. Carlos García, ¨ el coreano”, tenia una almacén en la esquina de mi cuadra. Pocos clientes acudían en busca de alimentos, pero su economía se mantenía con la venta de bonsáis y de marihuana casera.
Uno de sus mejores clientes era Wenceslao Bunge que vivía casa de por medio, gordo y simpático, portador de una mueca que simulaba una sonrisa constante, un tipo muy particular, como casi todos en el barrio, se definía como un poeta popular, a decir verdad su arte consistía en escribir canciones de aliento a Racing el club de sus amores). Se mantenía gracias a una renta que, proviniendo de su madre ya muerta, él siguió cobrando. Se lo pasaba de vago todo el día, entrada la noche se despedía del coreano y se iba a la casa de Hugo a cenar, ritual que se repetía a menudo.
Hugo era un gran cocinero y a pesar de sus cuarenta y cinco años seguía siendo hábil ratero además de amante ocasional de las panaderas de la zona. Mientras Wenceslao preparaba para fumar, Hugo se encargaba de la cena. Comían, bebían, fumaban, mas tarde Wenceslao a dormir y Hugo a robar.
Frente a la casa de Hugo, más o menos a mitad de cuadra, se levanta imponente la iglesia protestante. Detrás, como escondida en medio de un extenso terreno, la residencia del predicador. Este era de origen Alemán, de unos sesenta años, de casi dos metros de alto y un carácter muy áspero. Tenia por hobby la cría de perros de pelea, su mirada hacia temblar a los pecadores y dudar a los fieles. Todos concurrían a la misa del domingo pues de lo contrario se le debía una explicación en persona.
Un lugar de reunión más concurrido era el bar del “dinamarqués”, apodo por demás curioso para un peruano bien morocho y bajito.
En el bar se debatían todo tipo de asuntos, desde inmobiliarios, de carácter social y hasta temas de índole privada. Se hizo famoso por la atracción artística de un ventrílocuo llamado franco, quien con ayuda de una media que se ponía en la mano, caracterizaba a un personaje de nombre Moncho, ellos actuaban allí por una cuestión de confianza. Era cierto que el bar nos juntaba pero fue otra cosa la que nos unió, un objetivo compartido.
Muchos de los asiduos al bar no me apreciaban y otros tanto, debido a sus prejuicios, directamente me odiaban. Mi nombre verdadero es Ernesto Escapulario, pero me conocían todos como Shiselle. Fui el primer travestí de la ciudad.
Mi madre llegó en un barco repleto de inmigrantes Italianos, no paró de trabajar en ningún momento, pasó por todos los camarotes, desde el del capitán hasta el último de los tripulantes, quienes más quienes menos todos pagaron por sus servicios. Era una mujer bonita y emprendedora. Cuando arribó a la ciudad no tardó en instalar, con un grupo de chicas, el primer cabaret que conocieron esas calles. Al tiempo muere enferma de sífilis y yo siendo joven e inexperto, además de marica, lo perdí casi todo.
Quien jugó un papel fundamental en mí vida fue Manuel Gutiérrez o mejor dicho su fantasma. Manuel había vivido otros tiempos, era contrabandista, traficante, ladrón y mercenario entre otros oficios igualmente ilegales. Fue el primer dueño del bar del dinamarqués, allí mismo lo acecinaron y desde entonces deambula borracho entre las sillas y mesas.
Todo empezó una mañana cuando fui a visitar a mi mejor amiga Carlota. Ella trabajaba en la municipalidad pero su pasión era adivinar el futuro.
A pesar de no ver muy bien el porvenir lo terminaba de aclarar con algunos toques personales para que fuera más estimulante. Clota me recibió en su casa mientras desayunaba, ya había decidido faltar al trabajo echando mano al ramillete de mentiras con las que solía excusarse. Me senté a compartir el café con leche sin disimular lo aburrida y triste que me sentía. Estaba agobiada por las pesadillas, la angustia y esa fiebre que los médicos nunca pudieron calmar.
Insistió en hacerme una tirada, trajo el mazo, mezcló tres veces y me indicó cortar con la mano izquierda. Como siempre esperé escuchar el rosario de cosas buenas por venir al que me tenía acostumbrada pero que mi realidad insistía



Mis sueños eran tan grandes como la soledad en que me dejaban la mayoría de los hombres que conocí. Y mis ingresos tan estrechos como la casa que me dejó mi madre. Pero esta vez la cosa pareció pintar algo distinto. Al dar vuelta las cartas me miró fijamente y casi asustada me anunció que este era el día en que se me impartirían los detalles de una acción que cambiaría mi vida y la de otros seres cercanos. En el silencio que siguió a tal intriga comprendí que Clota necesitaba descansar de semejante trance y me fui un tanto confundida. Me animaba la idea de que finalmente o estaría por llegar el hombre de mi vida, me sacaría la lotería o haría un viaje a la aventura.
Regresé al bar y me senté en una de las mesas junto a la ventana. En eso se acerca Manuel Gutiérrez, su fantasma, y me pide permiso para sentarse, inesperadamente sobrio. –Bueno- le dije y al instante se puso a contar cosas de su pasado mientras yo me distraía mirando el afuera. Tras un silencio me disparó la idea de que sólo yo podría liberarlo de su condena fantasmal. El asunto que lo mantenía en esa fase tenía solución y esa oportunidad estaba en mis manos. Se trataba de un robo que le llevó mucho tiempo pergeñar y que no logró concretar porque una semana antes del atraco lo asesinaron en un ajuste de cuentas. En el tiempo transcurrido desde su muerte, Manuel continuó planeando el atraco pero para concretarlo y así liberarse de su sufrimiento se necesitaba a un grupo de personas. Yo era la elegida para reunir al grupo que incluiría a la Clota, al predicador, a Carlos García, a Wenceslao Bunge, a Hugo, el dinamarqués y Franco, por supuesto con Moncho.
El fantasma de Gutiérrez siguió trabajando en los detalles. En otros tiempos, más allá de su anterior vida terrenal, la ciudad había sido una especie de Fuerte que servía para la conquista de estas tierras sólo pobladas por indios rebeldes. De aquella época quedaron olvidados una serie de túneles que comunicaban a la Iglesia con la Municipalidad, con el cuartel de Policía y con el Banco Central. La cuestión es que ya nadie lo recordaba y eso era fundamental.
Aún con la emoción que provocaron las visiones y augurios de la Clota me dedique entusiasmada a convencer a los integrantes del grupo. Los primeros fueron Wenceslao y Hugo quienes por su oficio aceptaron al instante. Franco comenzó a hablar y a discutir con la media hasta que por fin ambos aceptaron. El dinamarqués, a quien sólo le interesaba que Gutiérrez descansara en paz y lejos del bar, se nos unió inmediatamente. Al predicador no se lo propuse, directamente lo amenacé con delatar su pasada relación con los nazis entrados clandestinamente al país, además de conocer que nunca hubiera estado en monasterio alguno. Esta información, que sólo un travesti puede tener, lo convirtió en uno más del grupo. Carlos “el coreano” se puso tan contento que aceptó como si lo hubiera estado esperando toda su vida.
El único riesgo o acaso una molestia era el subcomisario Pancho ya que con su locura podría depararnos algún inconveniente. Pancho o Reinaldo Camacho, tal su verdadero nombre, era tan obeso como inútil. El puesto se lo debía al Intendente de la ciudad que estaba casado con su hermana. Pancho tenía la costumbre casi enfermiza de ver películas de espías. Todas las tardes después del bar y antes de entrar al servicio, miraba no menos de dos películas en el cine de la Biblioteca. Al salir era inevitable que se sintiese el protagonista de alguno de los filmes, de tal forma que siempre tenía una cara diferente. Con gestos extraños, estaba al acecho de algún sospechoso que sólo existía en su afiebrada mente. Era común verlo agachado detrás de alguna pared como esperando el momento de atrapar al terrible malhechor que lo volviera famoso. En realidad, nunca sucedía nada y Pancho sólo estaba cada día más obeso y paranoico.
Estando todos avisados comenzaron las reuniones en el bar. Se ajustaron detalles y todos opinaron hasta que se puso fecha definitiva para el atraco.
Siempre con la mirada de Pancho sobre nuestras espaldas llegó el día previsto. Junte mis ahorros, los de Wenceslao y de Hugo y los tres nos fuimos al banco. Pedimos hablar con el gerente. Aunque un travesti y dos reconocidos ladrones queriendo realizar un depósito no parecía una situación para tomar en serio, fuimos efectivamente atendidos. Pedimos ver las cajas de seguridad y verificar si reunían las condiciones para dejar allí nuestro dinero.
Mientras tanto, Reinaldo en el bar miraba hacia todos lados y no avistaba a ninguno de sus sospechosos preferidos. Intrigado e insatisfecho y sin que nadie lo viese pasó por detrás del mostrador y se coló hasta la habitación del dinamarqués. En la pieza, sólo había una mesa pequeña y destartalada con unos mapas sobre ella. El gordo alcanzó a ver que se trataba de un plano del banco con una fecha garabateada en el margen. Eso le bastó para correr al salón del bar, confirmar que faltaban varios de los parroquianos acostumbrados, incluyendo el mismo dinamarqués. Su delirante imaginación especuló sin más trámite lo que estaba ocurriendo. Llamó a un grupo de policías y marcharon al banco. Presurosos, pidieron ver al gerente que en ese momento estaba mostrando la bóveda a unos nuevos clientes.
Mientras esto sucedía, en el otro extremo de la ciudad el dinamarqués y el resto del grupo se movilizaba por los túneles desde la Parroquia hasta el subsuelo de la Municipalidad. La Clota se ocupó de dejarles apagada la alarma de la bóveda común y por allí ingresaron. Se cargaron dos bolsos cada uno y al retirarse la alarma quedó activada nuevamente.
En el banco la cosa se había puesto difícil. Al salir de la bóveda, Reinaldo y el grupo de policías nos esperaban apuntando con sus armas. Inmediatamente Pancho comprendió el error y trató de disimularlo aduciendo un malentendido. Finalmente se retiraron con vergüenza y con mayores sospechas.
En el sótano de la Iglesia nos encontramos. EL predicador nos reunió para definir los pasos a seguir. Pero los planes eran otros. Nos apunto con un arma que tenía escondida debajo de un banco de carpintería, nos arrebató el oro alegando que era de su propiedad ya que ese fue el pago que le hicieron los nazis, quienes al igual que él, llegaban escapando de la guerra. Nos dijo que ese oro tendría por destino la reorganización del partido.
Allí no terminaron las sorpresas. Otro que estaba armado era el ventrílocuo quien resultó ser un ex agente del Servicio de Inteligencia. Nos confeso que tras comprobar sus jefes que la investigación sobre el oro no avanzaba fue suspendido, no obstante él siguió operando de forma encubierta. Los dos se trenzaron en un forcejeo que derivó en balacera y terminó con ambos en el suelo, muertos y la Clota con graves heridas. Luego de agonizar unos minutos y siendo en vano mis esfuerzos por mantenerla consciente, también murió. Aprovechando la confusión, el dinamarqués desapareció misteriosamente. Quedábamos Wenceslao, Hugo y yo. El silencio que imperaba no tenía comparación. Nos mirábamos unos a otros con desconfianza hasta que alguien sugirió repartir el oro en partes iguales y escapar antes de ser descubiertos por la policía. Decidimos separarnos, Wenceslao y Hugo partieron juntos al Uruguay. Traté de imaginar mi huida pero como en ningún momento pensé que esto podría pasar mis ideas eran mínimas. Tome del suelo los bolsos que me correspondían, miré el cuerpo de la Clota, de la única amiga verdadera que había tenido y con lágrimas en los ojos abandoné el lugar. Partí hacia la estación de trenes, se me ocurrió no sé por qué razón que ese medio sería confiable y seguro para escapar de la ciudad. Al pisar el andén, el olor de las plantas de tilo florecidas en diciembre, me trajo recuerdos navideños de tiempos en que aún mi madre vivía y se juntaban las chicas del cabaret, los muchachos, traían música y todos bailábamos hasta el amanecer. Me pareció haber suspirado.
En el interior del tren alguien me dijo: -¿Quiere que la ayude con los bolsos? dijo
- A mi lado un hombre robusto, morocho, de unos 65 años me observaba. Se los entregué despreocupada como si se tratará de mis cosméticos. El hombre sintió el peso, sonrió y me preguntó si llevaba el cadáver de mi marido ahí dentro. Luego los depósito en el valijero. El destino, que de la misma manera mata con una bala perdida a tu mejor amiga, pone a un atractivo marinero como compañero de asiento en un viaje de día y medio en pleno desierto pampeano. El hombre era agradable, de vinculación fácil. Había sido capitán de Marina hasta recibir la baja que no especifico a que se debió. Más allá de algunas dudas, su conversación me relajó tanto que me quedé dormida por algunas horas. Al amanecer Abelardo Ruth, así se llamaba, me despertó con el desayuno. Con una sonrisa me miró y dijo:
- Si quieres puedes seguir durmiendo-
- No- respondí- está bien, ya dormí suficiente.
- Traje el diario...
- Shiselle- le dije- me llamo Shiselle.
Me ofreció el diario y cuando leí los titulares casi sufro un ataque, una foto del dinamarqués acompañada del siguiente texto “Un arrepentido confiesa haber sido integrante de la banda que robó el oro de la Municipalidad y testigo de los crímenes ocurridos en la Capilla de la ciudad de Tansilud” (Ampliaremos Pág. 3).
Cuando levanté la vista constaté que Abelardo tenía su mirada puesta en mí. Le pedí disculpas y me dirigí a la confitería del tren para así leer los detalles. El dinamarqués había dado la descripción de tres de los implicados, es decir de Wenceslao, Hugo y yo.
El tren iba hasta Chile, el problema era que aún quedaba una parada que sería muy peligrosa. Retorné a mi asiento y al cabo de hora y media el tren se detuvo en un pueblo de nombre San Fermín. Por la ventanilla veo a un grupo de militares armados pertenecientes a la patrulla de frontera quienes ingresaron al tren pidiendo documentos a los viajeros. El pánico me enmudeció, pensé que me daría un ataque. El oficial se dirigió a nosotros y entonces Abelardo me dijo con tono familiar:
- Dale los documentos al oficial, mi amor... Ah! Ya sé... te quedaron en la maleta.
- Sí – respondí, sin poder decir otra cosa.
- ¿Es su esposa? –preguntó el oficial.
- Por supuesto –contestó Abelardo- ¿hay algún inconveniente?
- No señor y mucho menos con la esposa de un ex capitán de marina.
Más tarde comprendí la reacción del oficial ya que el documento de Abelardo debería detallar su foja de servicio. Pero ¿por qué lo había hecho? ¿Por qué salvaría mi vida? Seguramente lo sabría pronto.
Una vez en camino, Abelardo se decidió a hablar.
- Yo también leí el diario y a juzgar por el peso de tus bolsos... además tu cara frente a la portada del diario...
- Pero ¿cuál es la razón para que me ayudes?- le pregunte.
- Por el oro. Mira, tengo un amigo en Bogotá que compra este tipo de cosas, seguramente nos hará un buen precio por él.
En ese instante sospeché el motivo por el cual fue alejado de la Marina. Se había convertido en contrabandista.
L a única suerte de ser travesti es que casi nadie conoce tu verdadero nombre. Para pasar la frontera simplemente recogí mi cabellera, quité el maquillaje del rostro y mostré mis documentos. Al mediodía nos encontrábamos en Santiago de Chile. Le pedí a Abelardo que me llevara a un hotel para descansar, comer algo y planear lo que sería el camino hacia Bogotá. Tomamos una calle lateral a la Estación y a pocos metros encontramos un hotel que elegimos por su apariencia sencilla, ya que el único efectivo que teníamos era el de Abelardo. Al pedir la habitación, éste parecía dudar pero al final pidió una con cama matrimonial. Se me iluminaron los ojos por la emoción. Hacía tanto tiempo que no estaba con un hombre en una habitación de hotel. Al encender la televisión vi mi cara en la pantalla, con mi verdadero nombre y apellido. Habían atrapado a Wenceslao y a Hugo en el ferry llegando a Uruguay y estaban tras mis pasos. Abelardo me miró fijo y luego dijo que nos encontrábamos en un tremendo aprieto. Esa era la TV chilena por lo tanto ya no sólo me buscaba Camacho sino también la INTERPOL. Los bolsos con el oro descansaban bajo la cama. Estuve encerrada todo el día para evitar que alguien me reconociera. Abelardo me trajo el almuerzo a la habitación, luego la merienda y más tarde la cena.
- A mitad de la noche nos largamos -dijo- tendremos que empeñar un poco del oro para seguir viajando.
Llegada la hora me puse un pañuelo en la cabeza y salimos. Teníamos que deshacernos del oro para viajar livianos y no levantar sospechas, así fue que decidimos enviarlo por tren hasta un pueblo cercano a Bogotá llamado Tres Cruces. El tren tardaría tres días en llegar, nosotros debíamos hacerlo antes por la carretera para recogerlo. Después de dejar los bolsos fuimos a una casa de empeño.
- Quédate afuera –me dijo Abelardo.
El trámite le llevó más de media hora. Me disponía a entrar cuando al fin salió.
- Tenemos que ir al bar de un tal “Macarrón”.
Se trataba de un bodegón que quedaba muy cerca del puerto. Abelardo se acercó a la barra y pidió hablar con el sujeto. Resultó ser un hombre de tez oscura, baja estatura que al moverse demostraba estar rengo de una pierna. Le dijo que estaba ocupado, que lo atendería en un momento. Alguien que oficiaba de mozo nos sirvió una cerveza. Al rato nos dijo que el señor Macarrón nos esperaba en su oficina, quedaba en la parte trasera del bar cruzando a través de un pasillo oscuro y sucio donde descansaban redes de pesca sobre las paredes. Llegamos hasta una puerta, Alguien desde adentro nos abrió e ingresamos y una vez allí comencé a sentir escalofríos como ese lugar fuese una catacumba.
- Buenas noches, soy Macarrón, mucho gusto- dijo y continuó- entiendo que me buscan, quisiera saber por qué.
Abelardo se dispuso a explicarle mientras yo divagaba, me venían a la mente extraños pensamientos. Ese lugar era tan oscuro y este personaje tan educado y servicial no me convencía. Abelardo no terminó de hablar cuando Macarrón lo interrumpió.
- ¿Dónde está el resto del oro?
- ¿Cómo? –preguntó Abelardo.
- Sí, el resto del oro. Usted trajo un trozo de lingote para vender es obvio que tiene más. Con el dinero que yo le puedo dar usted irá más al norte donde le resultará más fácil venderlo y hasta obtendrá un mejor precio.
Abelardo comenzó a echarse para atrás en su silla. Vi que Macarrón abría un cajón y que sobre la mesa había una pequeña espada de esas que se usan para abrir cartas. Cuando Macarrón metió la mano en el cajón alcancé a agarrar la espadita y se la clavé en la mano. Abelardo saltó sobre él quitándole el arma y abrió fuego. En segundos tomamos el dinero que había en el cajón y por una puerta del costado salimos a un callejón que daba a la avenida principal del puerto. Vimos que pasaba un colectivo de línea y lo tomamos. Abelardo estaba muy tenso y me miró de manera tan siniestra que me asustó.
- ¡Todo es culpa tuya!- dijo- Pero bueno tengo algo de dinero, con esto puedo alquilar un coche, llegar a tiempo a Tres Cruces y retirar el oro. Ya no te necesito, entiendes lo que significa eso, ¿no?
Los ojos se me llenaron de lágrimas, él comenzó a reír.
- No habrás creído que iba a compartir el oro con vos, con alguien que ni siquiera es una verdadera mujer sino un degenerado disfrazado de mujer, seguro hasta pensaste que te tenía algún aprecio.
- Por favor no me hablés así- le pedí.
Comencé a sentir furia y un sentimiento de odio tan grande que en un momento y casi sin darme cuenta me encontraba sobre él dándole golpes entre las piernas y el rostro. Le pasé por encima y corrí hacia la puerta del colectivo, salté al pavimento y observé como éste se alejaba hasta que le perdía el rastro. Tenía que pensar rápido, no iba a permitir que el desgraciado robara mi oro, el oro por el cual mi mejor amiga había dado su vida. Avanzaba por una zona de escasa luz, sólo iluminada por unas pocas farolas en el medio de la calle. Sabía que en la situación en que me encontraba debía actuar pronto porque de otra manera la policía daría conmigo. Lo que estaba viviendo parecía una película y lo más extraño era que me gustaba, como si correr peligro por una gran recompensa fuera lo que siempre había esperado. Mi anterior vida era tan aburrida, cada día igual al anterior, sin desafíos, conviviendo con la soledad que viene muy de adentro. La sensación de vivir en riesgo le da valor a lo simple y en lugar de encontrarme aterrada solo pensaba en la forma de recuperar el oro. El miedo se transformó en seguridad y empecé a ver las cosas con claridad. Lo primero que debía hacer era obtener algún dinero para el viaje a Tres Cruces.
De pronto estacionó un automóvil y bajó un hombre, seguido por quien tal vez fuera su mujer, discutiendo a gritos. No me dejaban pensar. Cuando la discusión se puso peor y se fueron alejando del coche vi la oportunidad y me escurrí como una serpiente hacia el interior. Las llaves estaban puestas así que no tuve más que encender el motor y acelerar a fondo. A unas pocas cuadras de allí se encontraba la ruta y tras consultar con unos viajeros me puse en camino. El tanque de combustible estaba casi lleno, la ruta desierta y me entretenía ver pasar los kilómetros. El paisaje era desolador y el calor me ahogaba, por momentos se me nublaba la vista. Comencé a sentirme mal. Vi al costado del camino a una mujer que me resultó conocida pero debido a la velocidad que llevaba no alcancé a identificar. Unos kilómetros más adelante, la misma mujer al costado del camino y ahora sí reconocí su cara. Era la Clota o mejor dicho, su fantasma.
Detuve el auto como pude, sentía arder mi frente por la fiebre. Quizás lo que veía era una alucinación. Así pensé, pero al acercarme y comunicarme con ella constaté que lo que estaba pasando era real. Subió al coche y estando yo a punto de perder el conocimiento, junté las últimas fuerzas y conduje hasta un pequeño puente. Ahí nos detuvimos. Me ayudó a bajar y caminamos por el desierto. Arrastraba mis piernas y la Clota me miraba. Me pidió que confiara en ella y luego de avanzar unos metros alcance a ver una cabaña hecha de troncos. Seguía pensando que todo formaba parte de la misma alucinación. Al llegar nos agasajó una anciana ciega quien toma mis manos como un gesto de protección. Comencé a llorar como no recuerdo haberlo hecho en mi vida. Me abrazaba y sus brazos transmitían algo muy especial, era como la suma de varios abrazos, el de mi madre, el de la Clota y hasta tal vez el de mi padre al que jamás conocí y a quién necesité en varias oportunidades. Me transmitió el amor del que careció casi toda mi vida y entonces recién ahí me quedé dormida. Al despertar me sentí recompuesta, la fiebre se había ido y lo más importante no sentía esa soledad que me acompañó incansablemente durante tanto tiempo. Mire a mí alrededor y no vi a nadie, ni a la anciana ni a la Clota. Regresé al coche para continuar mi viaje, en soledad pero acompañada por una agradable sensación. Podría ser un sentimiento de fe o esperanza, de esos que aparecen en tu vida sin motivo aparente pero que sirven para dejar de sentir miedo y ansiedad. Me sentía libre, con esa libertad que proviene de perderle el respeto a la existencia, a las razones para estar vivo. Lo único real era el calor del sol en el desierto, el peligro que acechaba, la soledad que no duele como en la ciudad. La escasa gasolina me volvió a la realidad. No tenía dinero y debía descansar. Pase la noche dentro del vehículo, escondido entre unos arbustos. Busque en la guantera y encontré un mapa que me ayudó a encontrar el rumbo, afortunadamente estaba cerca de tres Cruces, pero tenía que atravesar el río Chimay que hace de límite natural entre países. El puente bordea la ciudad de Temul, el último pueblo que me separaba del oro. El lugar estaba lleno de policías y eso debido a que constituye el único paso para traficar drogas hacia Estados Unidos de América. Sentí pánico de que me reconocieran, pero también un coraje inconsciente. Avanzaba y unos metros antes del puente el auto se detiene, el combustible se había agotado. Al otro extremo se encontraba el puesto de la policía caminera de Temul. Levanté la capota y mientras revisaba inútilmente el cableado divisé una camioneta que ocupaban tres hombres de aspecto desagradable, parecían bolivianos. Al verme se detuvieron, dos de ellos bajaron y se acercaron despertándome temor e inseguridad. El que conducía bajó la ventanilla y me ordenó que subiera a la camioneta. Me negué de inmediato. El chofer me mostró una pistola y me dijo que sería más fácil pasar la frontera con una señorita. Subí y me senté cerca pero me ordenó -¡más cerca, la quiero pegada a mí y si hace un solo movimiento la mato! Mi suerte tenía estos matices, cuando estaba pésimo llegaba algo peor. Ahora me tocaba toparme con traficantes. Acercándonos al puesto me abrazó y a escasa velocidad avanzamos bajo amenaza de no decir nada, y yo de todos modos no tenía nada que decir, y mucho menos a la policía. Se bajó y se dirigió al oficial a quien le mostraba unos papeles. Le entregó una suma de dinero que no alcancé a descifrar a lo que el oficial respondía moviendo negativamente la cabeza. Comenzaron a levantar la voz y de la parte trasera de la camioneta empiezan los disparos. Del puesto salen uniformados a responder la agresión. Me agachó hasta que los disparos ceden. Tomo el volante y acelero atropellando todo lo que estaba a mi paso. Por los gritos constato que el otro delincuente continuaba en la caja de la camioneta y que estaba herido. En el pueblo, el vehículo doblaba para un lado y para otro sin control. El mal viviente golpeaba de lado a lado de la caja. Me asomé y vi que estaba sufriendo. En una maniobra doblamos tan bruscamente que la camioneta volcó. El peruano que estaba en la caja yacía sobre el asfalto sonriendo y gritando -¡por fin chocamos!
De repente un oficial me apunta con su ametralladora y me pide que baje lentamente. Quedaría detenida por sospecha de tráfico de estupefacientes y para averiguación de antecedentes. Me trasladaron a la comisaría, me tomaron los datos y me llevaron a un calabozo. Ahí se encontraban los representantes de la mayor miseria humana, entre ellos un indio que se había escapado de la cárcel donde purgaba una condena perpetua por homicidio agravado por violación. Del resto se traslucía que no tenían autonomía sino que respondían a los caprichos del indio. La iluminación era mínima. Seguían ingresando delincuentes y otros se retiraban. Al rato de estar ahí alguien me toma del brazo y murmura –hace mucho tiempo que no estoy con una mujer o esto que es parecido. Sabía que era el indio. Quizás las mujeres tengamos fantasías del estilo pero esto era diferente. El indio me miraba y sus manos parecían no tener control. Recordé la cara de Abelardo, ese marino mal nacido y cuando encontré el brazo que me lastimaba lo mordí con todas mis fuerzas hasta hacerlo sangrar. Los gritos despertaron a los que dormían pero nadie intervino. Detrás de mí un hombre vestido de manera extraña, era una especie de traje color beige y corbata a rayas.
- ¡Inglés!- dijo el indio- ¡tanto tiempo!
- Si, mucho y esperemos que sea más. Aléjate de esa mujer... señorita, siéntese junto a mí. Este es un lugar peligroso.
Nos quedamos conversando durante toda la noche y me contó historias muy interesantes. Entre las cosas que había hecho se contaban la de falsificador de documentos, de dinero, duplicador de obras de arte, entre otras.
Por la mañana se presenta un oficial y me conduce por un pasillo hasta una reducida oficina. Al ingresar veo a la persona que jamás pensé volver a encontrar, el mismísimo Subcomisario de Tandilud, Pancho Camacho.
- Hola Shiselle, siéntate por favor, no tenemos mucho tiempo así que te pondré al tanto de tu situación. Estoy informado de lo que sucedió con tu nuevo socio en el puerto de Santiago. Sé que al oro lo mandaste por tren pero me falta saber a que lugar. Mi propuesta es esta, yo te saco de acá a cambio del cincuenta por ciento del dinero que obtengas cuando llegues a Bogotá.
- Pancho me tomas por sorpresa, pero veo que no tengo muchas alternativas. Arreglemos pero con una condición. Necesito un favor, hay alguien aquí que está demorado a la espera de que paguen su fianza, le dicen el inglés...
- No –dijo Camacho- he oído hablar de él y no es ningún bebé.
- ¡Por favor! Me ayudó aquí. Además creo que nos puede ser útil.
- Está bien, veré que puedo hacer.
Otra vez en camino, el inglés nos dice que conoce la ruta al pie de la letra.
- Hicieron bien en traerme con ustedes.
- ¡No! -dijo Camacho- vos té quedas en el próximo pueblo.
- Como ustedes digan, pero creo que quizás necesiten de mis habilidades como falsificador.
- Es verdad -le dije a Camacho- es útil en este momento. Si nos ayudas, tendrás tu parte al llegar a destino.
Camacho estaba irritado pero sabía que lo necesitábamos.
- ¿Por qué te encerraron? - le pregunto – escuché que eres muy hábil.
- La verdad es que todos tenemos una debilidad, un lado que no queremos mostrar ni ver. Hay gente que tiene problemas con el sexo, otros sueñan con el éxito. Yo adoro la cocaína... es mi debilidad, me gusta con la merienda, en el desayuno, después de almorzar y cenar. Pero me resulta fundamental a la hora de tener sexo... y sin sexo no hay vida.
Cuando el ingles termino de contar acerca de su vicio pidió pasar por una quinta que estaba cerca y que era de su propiedad. Era amplia, muy lujosa y estaba al pie de una sierra. En el fondo tenia una pileta rodeada de árboles y plantas. Luego de recorrerla pasamos al sótano donde estaba el taller, revolvió unos papeles y saco unas libretas que deduje eran pasaportes.
- Solo faltan las fotos y los sellados –nos dijo.
Mientras hacía el trabajo, me tire en una mecedora al lado de la pileta. Logré tener la mente en blanco, mis piernas se empezaban a relajar hasta que un pensamiento, como un relámpago, me trajo a la realidad. Teníamos sólo cuarenta y ocho horas para llegar a Tres Cruces. Existe un lugar, un paraje desértico, de nombre Livia, donde se dejan el correo y alimentos para unos pocos parroquianos que aun viven allí. Recordé que Abelardo sabía de la existencia del lugar y que siendo hábil nos llevaría una excesiva ventaja. No podríamos llegar a tiempo para detenerlo. Rápidamente regreso a la oficina y les cuento al inglés y a Camacho. Entonces el ingles me mira y dice - la única manera de llegar es volando y yo sé quien nos puede ayudar.
Terminó con los pasaportes y en un pequeño jeep como los de la segunda guerra que sacó del garaje nos dirigimos a lo del “Búho”. Era un sujeto quien además de ser miope era bizco, lo que le lograba un rostro altamente gracioso, había trabajado de fumigador. Le explicamos que era imperioso llegar a Livia en un par de horas. Dijo que no había problemas, eso sí sería costoso. En pocos minutos vimos el planeador que parecía sacado de un museo. Más tarde me entere que el “Búho” había dejado de trabajar hacia aproximadamente treinta años y que no volaba desde ese tiempo. Empezamos a cargar las pocas pertenencias que llevábamos. Voy a avisarle al ingles que ya estábamos en al avión y para mi sorpresa, aunque no fue tanta, el ingles tenia sumergida su nariz dentro de una bolsa de cocaína. Me mira y sonríe - tengo algo de miedo a volar, pero ya se me esta pasando. El desierto, desde el aire, parecía una fotografía. Teníamos muy poco tiempo y el precario avión no estaba en condiciones de volar a más velocidad. Los primeros cuarenta y cinco minutos se llenaron de una charla aburrida sobre películas de westerns entre Camacho y el ingles quien también sentía una gran atracción por el cine. Más tarde, el viaje se torno tenso, se veían las vías del tren y el ingles que no paraba de hablar. Hasta Camacho estaba pálido. El piloto nos miraba por un pequeño espejo que tenia cerca de su cara.
– Estamos llegando a Livia - dijo.
Después de un aterrizaje con mucha suerte, tome un bolso donde estaba la documentación y un arma que había encontrado en la quinta. El calor era abrasador, la ansiedad de ver el oro y el miedo de encontrar a Abelardo aumentaban. Fuimos caminando hacia lo que parecía ser la estación de trenes. Allí esperamos. Todos estaban advertidos sobre Abelardo y por eso mirábamos permanentemente alrededor. A lo lejos empezó a distinguirse el tren que se acercaba, la tensión, nuestra tensión era total. Al detenerse, me acerque al maletero y le expliqué que debía retirar unos bolsos. El guarda me pidió documentos que observó con detenimiento. Afirmó con la cabeza y giró para tomar los bolsos. Al bajarlos siento una explosión y como si me mordieran una parte del trasero. Desde adentro del tren nos estaban disparando. Empiezo a correr y distingo entre la polvareda que “Búho” y Camacho se encontraban en el suelo. No podía mas, mi pierna estaba perdiendo sangre, caigo al suelo y veo que maletero estaba ileso. Abelardo seguía disparando. Entonces aparece el ingles con la nariz blanca y una ametralladora en la mano disparando sin control. Una de las balas despedidas consigue matar a Abelardo y al maletero mientras intentaba huir pero en su locura mata al maquinista, a uno que otro de los pasajeros, a una moza y a dos “caras chatas” que bajaron a orinar. Levante la cabeza cuando cesaron los tiros. Con un enorme esfuerzo me acerque a Camacho que agonizaba y se reía no sé por que razón, quizás era protagonista de una película, esta vez. A su lado el “Búho” yacía en el suelo rematado por todas las balas que se habían disparado. Al girar observo que el ingles cargaba los bolsos y corría a toda velocidad gritándome que le ayudara y lo siguiera hasta el avión.
- Es la única forma de salir de aquí – dijo- El tren esta lleno de testigos de la matanza.
Una vez adentro me indicó que me agarrara con fuerza ya que el despegue sería violento e inseguro. Del motor se desprendían ruidos y humo, daba la sensación de tener piezas sueltas. Me encontré pensando que por milagro estábamos volando. El ingles reía, de repente se pone serio.
- Debemos regresar cariño, me olvide la coca.
- ¡No! –dije.
Y entonces su carcajada
- Era un chiste.
Cruzamos la frontera. No tuvimos mayores problemas para vender el oro. El ingles tomo su parte y se marcho. Cada tanto tengo noticias de él y me cuenta que es un pintor famoso.
Yo me instale en la costa centroamericana y luego de operación en el muslo para extraer la bala aproveche para operarme los senos, hacerme una lipoaspiración y un trasero que se dice es el más elegantes de toda la costa del pacifico. En mi casa de la playa funciona un enorme salón de belleza al que asisten clientes de todo el mundo.
Durante las noches de luna llena camino por la playa y parece que me acompañaran fantasmas... bueno no parece están allí y no necesito contarles quienes son.