EL ENANO DE MARMOL
No era tan importante que el enano de mármol del tío Miguel hablara, lo terrible era lo que decía. Sin descaro comentó como por arriba que no solo existía desde los comienzos de la vida sino que estuvo anteriormente en la tierra viviendo con otros seres muy diferentes a nosotros, que los dinosaurios no estuvieron en la historia como creemos sino que fueron alimento de seres sin huesos y que por eso mismo no hay detalles de su existencia, salvo misterios en el cielo como la esfinge en Marte y las bases en la luna para la conquista de la tierra, por eso los humanos mintieron sobre el alunizaje con esa película de bajo costo, los humanos lo ocultan y no les conviene a sus intereses.
El mármol del que estaba hecho se doblaba como goma, era un soberbio enano de jardín que deslumbraba a la familia con argumentos dignos de un loco, no de alguien de mármol negro imitación.
El tío Miguel es con quien vivo además de Luisa su segunda mujer y Alberto que es pariente de la primer mujer del tío, o sea alguien cercano a mi madre muerta en un accidente junto a mi padre, el maquinista del tren, más de cincuenta tripulantes y una mascota, perro. Una tarde de setiembre me pidió que limpiara el patio, yo de mala gana como se hacen las cosas aburridas a los catorce años. Entre botellas de los borrachines de Alberto y Luis, al costado de los cardales y cerca del pozo, apareció una pata negra del maldito susodicho. Debí haberlo tirado enseguida, me hubiera ahorrado disgustos y hasta la cárcel, pero no, lo saque, lo limpie y lo lleve adentro para que lo vieran.
Al rato el enano dirigía toda la conversación, daba consejos y se atrevía a organizar la vida de todos. Los dos viejos estaban encantados, Luisa desconfiaba de él pero, pobre mujer, demasiado tenía con los dos viejos.
No había mucho espacio en la casa así que fue a parar a mi pieza, húmeda y olorosa. Nunca le di cabida, ni charla, siempre desconfié de él, pero para cuando me di cuenta ya era tarde.
De noche se ponía a tomar vino con tío Miguel y Alberto mientras Luisa dormía. Los tres entraban en charlas oscuras donde dejaban notar sus sentimientos más débiles, sus deseos más vergonzosos y luego Miguel perdido por la borrachera se despedía y se acostaba en la habitación con Luisa. Quedaba el enano con Alberto que no parecía mal tipo pero al quedar solo con él parecía transformarse.
El enano le hablaba de Luisa, le contaba que ella lo miraba cuando él esta distraído y que siempre hacia comentarios halagándolo. Con Miguel tenían otros códigos, hablaban de la quiniela y de mujeres jóvenes, muy jóvenes. Aunque los viejos siempre fueron muy ordinarios y desgraciados empeoraron desde que desenterré al enano, se les notaba una mirada diferente, despiadada, fría.
Las noches se alargaban, las charlas terminaban de madrugada, ya no trabajaban. Vivían con lo que sacaban en la quiniela con los números que les dictaba el enano. Luisa se notaba silenciosa, triste, desolada, temerosa.
La tormenta se gestó lentamente, sin llamar la atención, con la calma que luego hace incomprensible lo ocurrido.
Las primeras semanas creí que él se entretenía con los viejos y luego a la cama y a dormir, pero descubrí que por las noches mientras yo dormía el enano repetía un diabólico discurso como un rezo en un idioma diferente. Me aterraba la voz fría que salía retumbando por su boca de mármol.
Comencé a darme cuenta que me costaba pensar con claridad, no retenía los recuerdos, ni los hechos cotidianos, me olvidaba de mis quehaceres y sentía rencor o furia de otros tiempos. Durante esos días me la pasaba irritado, de mal humor, no dormía bien, por las noches me quedaba escuchando las conversaciones cada vez más desgraciadas y sucias. Comencé a temer por Luisa y también por mí.
Ese jueves negro, como lo llamo la policía, por la tarde el enano estaba inspirado, llevaba varios días medio borracho, ya en el almuerzo estaba verborragico y para la tarde perdidamente ebrio y charlatán, hablaba de espíritus, de gente muerta, de prostitutas y castillos donde en otros tiempos él vivió. Los viejos estaban en su salsa, habían cobrado la quiniela y se disponían a hacer un asado para el crepúsculo, estaban endemoniados por el alcohol, hechizados y sus miradas de vicio provocaban temor. En un momento percibí que hablaban bajo como pergeñando algo, enseguida me di cuenta de que su apetito era el sexo de Luisa, los tres en complot se acercarían y abusarían de ella uno por uno. Yo estaba aterrorizado, era joven pero sabía lo que esos tipos podían hacer, corrí a la cocina , tome la cuchilla choricera que quemaba de filo y desaté una combinación de miedo, ira y odio, que dio por resultado cortes, puñaladas, forcejeo y un despliegue de sangre como tintas en un cuadro de pintor moderno .
No encontré las palabras para defenderme y Luisa por miedo al enano, mintió. La policía que nunca entiende me devolvió al correccional como si fuese un delincuente.
Aquí todos me tienen respeto, sobre todo cuando me ven conversado con el enano en el pabellón.
El mármol del que estaba hecho se doblaba como goma, era un soberbio enano de jardín que deslumbraba a la familia con argumentos dignos de un loco, no de alguien de mármol negro imitación.
El tío Miguel es con quien vivo además de Luisa su segunda mujer y Alberto que es pariente de la primer mujer del tío, o sea alguien cercano a mi madre muerta en un accidente junto a mi padre, el maquinista del tren, más de cincuenta tripulantes y una mascota, perro. Una tarde de setiembre me pidió que limpiara el patio, yo de mala gana como se hacen las cosas aburridas a los catorce años. Entre botellas de los borrachines de Alberto y Luis, al costado de los cardales y cerca del pozo, apareció una pata negra del maldito susodicho. Debí haberlo tirado enseguida, me hubiera ahorrado disgustos y hasta la cárcel, pero no, lo saque, lo limpie y lo lleve adentro para que lo vieran.
Al rato el enano dirigía toda la conversación, daba consejos y se atrevía a organizar la vida de todos. Los dos viejos estaban encantados, Luisa desconfiaba de él pero, pobre mujer, demasiado tenía con los dos viejos.
No había mucho espacio en la casa así que fue a parar a mi pieza, húmeda y olorosa. Nunca le di cabida, ni charla, siempre desconfié de él, pero para cuando me di cuenta ya era tarde.
De noche se ponía a tomar vino con tío Miguel y Alberto mientras Luisa dormía. Los tres entraban en charlas oscuras donde dejaban notar sus sentimientos más débiles, sus deseos más vergonzosos y luego Miguel perdido por la borrachera se despedía y se acostaba en la habitación con Luisa. Quedaba el enano con Alberto que no parecía mal tipo pero al quedar solo con él parecía transformarse.
El enano le hablaba de Luisa, le contaba que ella lo miraba cuando él esta distraído y que siempre hacia comentarios halagándolo. Con Miguel tenían otros códigos, hablaban de la quiniela y de mujeres jóvenes, muy jóvenes. Aunque los viejos siempre fueron muy ordinarios y desgraciados empeoraron desde que desenterré al enano, se les notaba una mirada diferente, despiadada, fría.
Las noches se alargaban, las charlas terminaban de madrugada, ya no trabajaban. Vivían con lo que sacaban en la quiniela con los números que les dictaba el enano. Luisa se notaba silenciosa, triste, desolada, temerosa.
La tormenta se gestó lentamente, sin llamar la atención, con la calma que luego hace incomprensible lo ocurrido.
Las primeras semanas creí que él se entretenía con los viejos y luego a la cama y a dormir, pero descubrí que por las noches mientras yo dormía el enano repetía un diabólico discurso como un rezo en un idioma diferente. Me aterraba la voz fría que salía retumbando por su boca de mármol.
Comencé a darme cuenta que me costaba pensar con claridad, no retenía los recuerdos, ni los hechos cotidianos, me olvidaba de mis quehaceres y sentía rencor o furia de otros tiempos. Durante esos días me la pasaba irritado, de mal humor, no dormía bien, por las noches me quedaba escuchando las conversaciones cada vez más desgraciadas y sucias. Comencé a temer por Luisa y también por mí.
Ese jueves negro, como lo llamo la policía, por la tarde el enano estaba inspirado, llevaba varios días medio borracho, ya en el almuerzo estaba verborragico y para la tarde perdidamente ebrio y charlatán, hablaba de espíritus, de gente muerta, de prostitutas y castillos donde en otros tiempos él vivió. Los viejos estaban en su salsa, habían cobrado la quiniela y se disponían a hacer un asado para el crepúsculo, estaban endemoniados por el alcohol, hechizados y sus miradas de vicio provocaban temor. En un momento percibí que hablaban bajo como pergeñando algo, enseguida me di cuenta de que su apetito era el sexo de Luisa, los tres en complot se acercarían y abusarían de ella uno por uno. Yo estaba aterrorizado, era joven pero sabía lo que esos tipos podían hacer, corrí a la cocina , tome la cuchilla choricera que quemaba de filo y desaté una combinación de miedo, ira y odio, que dio por resultado cortes, puñaladas, forcejeo y un despliegue de sangre como tintas en un cuadro de pintor moderno .
No encontré las palabras para defenderme y Luisa por miedo al enano, mintió. La policía que nunca entiende me devolvió al correccional como si fuese un delincuente.
Aquí todos me tienen respeto, sobre todo cuando me ven conversado con el enano en el pabellón.
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